martes, 30 de noviembre de 2010

Capítulo 3: Agena y la desilusión

Desde aquel atardecer la relación entre Agena y Canopo cambió. Luego de encontrarse frente a frente y vulnerados por sus respectivos fantasmas del pasado, apenas pudieron decirse algo, era como si hubiese caído el velo que cubría lo peor de ellos mismos y Canopo descubría que su amigo parecía no haber aprendido nada del engaño de Altair (igual que él), repitiendo la historia ahora con Deneb.

-No le digas nada, yo mismo se lo diré- fue lo único que Agena pudo pronunciar, antes de marcharse y perderse en la ciudad, dejando a Canopo fuera del café.

Durante el fin de semana Canopo se enteró que Deneb y Agena habían ido a Galaxia sin invitarle siquiera, parecía una señal más que evidente de que todo cambiaría y eso mismo se hizo mucho más evidente en el almuerzo del lunes, donde el muchacho de cabello blanco fue invitado por Deneb. Agena ni siquiera lo miró, menos le habló, permitiendo sin querer que Deneb notara la fricción entre los dos.

-Lamento ser tan descortés contigo Deneb,  pero esto se ha vuelto demasiado incomodo para mi y deberías preguntarle el porqué a tu novio- dijo Canopo con voz decidida y levantándose de la mesa sin haber terminado su almuerzo. Poco quedaba del cariño que había sentido por Agena y no sabía se era por su infidelidad o porque Altair siguiera amándolo, la única certeza que tenía era que se sentía culpable de habérselo presentado a Deneb y no quiso quedarse a ver si Agena realmente le contaría la verdad al muchacho.

-¿Qué es lo que debes decirme?- preguntó Deneb dejando de mirar a Canopo a lo lejos y centrándose en su pálido novio.

-No sé a que se refiere Canopo- mintió descaradamente Agena, intentando ocultar su vergüenza engullendo un gran trozo de lechuga.

Deneb era un chico ingenuo, algo inexperto en temas amorosos, pero Agena lo era mucho más mintiendo.

-Ya sé de que va esto- comenzó a decir Deneb- y lamento que no tuvieras la confianza para decírmelo si ambos sabíamos que esto no era amor, aunque llegué a creer que podría ir encaminado a eso, tontera la mía- sentenció el muchacho mientras se levantaba.

-¡No es tan simple!- exclamó Agena intentando levantarse para impedir que Deneb se marchara.

-¡Claro que no lo es idiota, me ilusionaste!- gritó Deneb enfurecido y lanzando parte de su gaseosa en el rostro de Agena, antes de marcharse de aquel lugar. Parecía increíble, pero el dolor que sentía era superior al que sintió por Pólux. Deneb contuvo las lágrimas que amenazaban con emerger y llegó hasta las viejas escaleras de piedra perteneciente al sector más antiguo de la universidad. Ahí notó que Canopo estaba sentado en un peldaño  mientras se fumaba un cigarro y se acercó a él. Deneb no le dijo nada, sólo se sentó a su lado y apoyó su cabeza en el hombro del muchacho. Ahí se quedaron algunos minutos, sin decir nada, hasta que Canopo terminó de fumar.
-Hace tiempo que no lo hacía- dijo Canopo apagando la colilla del cigarro con su zapato.

-Es un farsante- murmuró Deneb intentando no llorar.

-Lo lamento mucho, apenas me enteré de lo que sucedía sentía que tu debías saberlo- dijo Canopo llevando su brazo hasta el hombro de Deneb.

-No lo lamentes, la culpa no es tuya- señaló el muchacho.

-De cierto modo sí, yo confié en Agena y los presenté- recordó Canopo.

-Me pasa por ser un iluso- sollozó Deneb justo antes que ya no pudiera contener su llanto y de sus ojos cayeran muchísimas lágrimas. Canopo acercó mucho más al muchacho y le permitió posar su cabeza en sus piernas, dejó que el llanto corriera libremente y humedeciera parte de sus pantalones. No sabía muy bien como ayudarle, pero esta seguro que su presencia ya era un aporte.

Llegar esa tarde al departamento resultó para Deneb un martirio apenas soportable. Todo le recordaba a Agena, ni hablar de algunos cuadernos y otras cosas que el muchacho había dejado en casa.  Ya vería como se las haría llegar a Agena sin tener que volver a verle. Se sentía moralmente reducido y creía que podría pasarse el resto del año tirado en cama sin salir de casa o ir más a la universidad, pero eso era demasiado utópico y sabía que tarde o temprano volvería a encontrarse con Agena y habría que saldar todo para dejar el asunto lo más cerrado posible y continuar.

-¡No, no me quedaré aquí!- dijo en voz alta Deneb mientras miraba su desordenado departamento, daba media vuelta y salía del sin una dirección determinada.

En pleno centro de la ciudad. Agena estaba sentado en una banca esperando que Régulo llegara. Apenas el fornido muchacho de cabello rubio y alborotado apareció, Agena se sintió más tranquilo, no había sido un buen día, se sentía horrible por haber herido a Deneb, pero no podía mentirse, él seguía enamorado de Régulo.

-¿Por qué me llamaste, quieres otro polvo?- preguntó Régulo luego de saludar a Agena.

-Se ha enterado- indicó Agena de manera cortante.

-¡Pero que descuidado!- exclamó Régulo molesto- te dije que esto era sólo un juego, no quiero nada serio, bien sabes que estoy saliendo con otros chicos, ni se te ocurra hacerte ilusiones conmigo- agregó el muchacho a la defensiva.

-¡Canopo nos vio salir del motel el otro día, listo!- lanzó Agena enojándose con Régulo.

-¡Mierda!- profirió Régulo- bueno, será mejor que dejemos esto por un tiempo, me divierto mucho contigo, pero no quiero tener novio, ¿vale?- preguntó Régulo levantándose de la banca y marchándose. Agena quedó estupefacto, sin comprender del todo lo que había ocurrido, aunque le parecía un ajusticiamiento kármico  con un toque de humor negro escalofriante. Había roto un corazón hace unas horas y ahora él estaba siendo rechazado. La desilusión y el arrepentimiento no podía ser mayor.

Deneb caminó varias cuadras oyendo algunos de los temas que tenía en su reproductor. Llegó hasta una esquina donde se encontraba su pastelería favorita de la ciudad y pensó en comprarse algo para endulzar la vida. Jamás imaginó que al ingresar a la tienda se encontraría con un viejo amigo y antiguo amor imposible: Crucis, con quién había estudiando en el instituto, pero que luego se distanciaron por sus diferentes intereses. Mientras que Deneb estudiaba para convertirse en arquitecto, Crucis lo hacía para convertirse en un cantante lírico.

-¡Esta sí que es una sorpresa!- exclamó Crucis, sonriente y acercándose para abrazar a Deneb.

-¡Tanto tiempo!- dijo Deneb recordando el calor de Crucis y ese característico delicioso aroma que seguía recordando a la perfección a pesar de los tres años que no se veían.

-¡Demasiado!, ¿vives cerca de acá?-  preguntó Crucis arreglando los anteojos que cubrían parcialmente sus ojos azules.

-La verdad no, vivo a varias cuadras de acá, salí a caminar y despejarme un poco- respondió Deneb.

- Bueno, yo tengo un departamento cerca de acá, aunque estos últimos meses los he estado pasando con mi familia- reveló Crucis con algo de timidez en sus palabras, como si intentara evitar algún detalle en la conversación, pero aquello fue imperceptible para Deneb, quien simplemente dijo- Es que mi día no fue del todo bueno y quise terminarlo con una caminata que me trajo por estos lados y pensé que un pastel de chocolate me vendría fenomenal.

-Dame tu móvil para anotarte mi número y así estemos en contacto, últimamente necesito con quien hablar- dijo Crucis, sacando su móvil del bolsillo y entregándoselo a Deneb para que él anotara el suyo.

Ambos salieron juntos de la tienda, se despidieron con mucho afecto y prometieron comunicarse prontamente. La lluvia de recuerdos gratos que le produjo haberse encontrado con Crucis, hizo que el dolor en el corazón de Deneb disminuyera increíblemente. Eso, sumado al trozo de torta y la llamada de Crucis por la noche,  terminaron por convencerlo que no valía la penas seguir lamentándose y  sería mejor enfocarse en otras cosas, como retomar una antigua amistad.



Continuará.


2 comentarios:

  1. Rápida suceción, será Crucis el clavo que saca al que se clavó oxidado.

    Veremos.

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  2. Quiero seguir leyendoooooo jejeejj

    me encantaa tu entrada :O!!!! un abrazooo!!

    http://www.nuestrahistoriaspain-london.blogspot.com/

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